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Artículos
Autor: José David Cortés Jiménez
En los últimos días, se han venido dando casos particulares en todo el mundo que siguen un mismo parámetro: la votación conservadora. El no a la paz en Colombia, la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, La investidura de Mariano Rajoy en España y para finalizar con cereza en el pastel, Donald Trump, Presidente de los Estados Unidos. Parece ser que la población ha preferido la senda atípica de empoderamiento popular, cediendo el poder a fuerzas que han sido causantes de muchas debacles del siglo XXI sin ningún tipo de proceso de reflexión histórica. Especular sobre los motivos de este tipo de votación, no sería correcto, pero podríamos pensar que esta oleada mundial de preferencia por la figuras o posiciones que hablan de odio, de venganza, de racismo y xenofobia; de poco apoyo a los derechos de las minorías y migrantes; son causa de un sistema que en sí mismo, promueve la competencia y el individualismo, características que en poca o gran medida generan otros antivalores. Por otro lado, se puede cuestionar la forma en que están estructurados los sistemas actuales de participación democrática, ya que solamente le dan a los ciudadanos la potestad de decidir cada cuatro años o cuando se convoque a referéndums, mientras que antes de ello, no se dan campañas de información o de empoderamiento para que ejerzan su realización completa como seres con derecho de participación constante y, ni que decir, del poco fomento de la democracia participativa, ante la representativa.
Sumado a lo anterior, convivimos en un modo de producción que discrimina, excluye y fomenta la desigualdad. Los humanos estamos llegando a un momento donde no nos entendemos como especie, sino como sujetos que debemos sobrevivir más que compartir. No nos vemos como parte de la naturaleza y hemos perdido el arraigo cultural que, a su vez, crea memoria histórica, convirtiéndonos en seres inertes y sin sentido; cada vez más solitarios y vacíos, casi como maquinas destinadas únicamente al trabajo para lo que fueron programadas. Gracias ello, el mundo pierde sus conductas basadas en las relaciones interpersonales y la nueva rutina va encaminada a ir acelerando procesos que muchas veces son tan rápidos que son incomprensibles para los que escriben la historia y analizan la sociedad. Hemos llegado a un estadio donde la etiqueta se anula y las relaciones humanas son meramente utilitarias, sin poder identificar las características históricas de esta época, pues los cambios son tan bruscos y rápidos que no generan tendencias a mediano y largo plazo y…
“Algo que es factible constatar cuando se pretende profundizar el alcance de palabras como, por ejemplo: postmodernismo, postfordismo, posttaylorismo, postcapitalismo. postcolonialismo. postestrcuturalismo, postindustrialismo, etc. Todo es “post”, pero no sabemos etiquetar exactamente esas novedades que percibimos o intuimos. Solo sabemos aproximarnos a ellas desde los modelos que ya tenemos, por eso recurrimos al prefijo “post”.”[1]
Al no poder identificar a qué nos enfrentamos y con la exaltación de los valores de odio y antidemocracia participativa; un sistema exclusivo que fomenta el individualismo; la pérdida de valores culturales e históricos; aquellas personas que desean un giro de ciento ochenta grados para sanear la humanidad con solidaridad, compromiso por el bien, amor al prójimo, despertar crítico de las masas y arraigo histórico, no podemos ni debemos hacernos los irreconocibles y despistados cuando vamos hacía un barranco profundo y sin salida. Principalmente, los que vamos a tener que enseñar, tenemos con urgencia que buscar una salida a estos acontecimientos de los cuales nadie puede escaparse. El centro educativo mismo no es una isla anquilosada en la historia, pues también sufre transformaciones y como centro de transmisión de saberes, puede ser el punto neurálgico para un cambio positivo o negativo. Sin embargo, el cambio estructural y global afecta el centro educativo en tiempos de globalización, privatización y mercantilización que no esperamos y reconocemos.
El aula no escapa de los valores adquiridos por quienes forman parte de ella. Por ello, lidiar con tantas concepciones juntas y crianzas diferentes se vuelve todo un reto para quien es mediador en los procesos de aprendizaje. Y para preocuparse aún más, la educación en tiempos de neoliberalismo es un mal que acecha al sistema educativo público. Los recortes, el currículo tecnificado, las evaluaciones cuantitativas, el fomento de la educación privada, la educación dual, entre otras propuestas, no son fruto de una transformación neutral y consensuada, sino de un modelo educativo basado en el pensamiento de un grupo de poder selecto a nivel mundial, que desea implementar políticas liberales por medio de condiciones prestatarias a los países subdesarrollados como recetas para el progreso, cuando en realidad lo que se hace, es condicionar las leyes y sentido social de muchos países que aún tienen o conservan en su legislatura y presupuesto, medios para repartir la educación a los más pobres y gratuitamente. Pero, ¿Puede un docente luchar contra todo un paradigma educativo y mandatos de elites económicas? Más cuando…
“Cada día se ve con más claridad cómo afloran menos innovaciones escolares e investigaciones que pongan en cuestión las políticas educativas en vigor. La discrepancia y la crítica son hoy demasiado costosas para un profesorado y, en general, una sociedad, en la que las personas se sienten aisladas y con muchas dificultades para construir estructuras de resistencia más colectivas”[2]
La respuesta está más allá de la teoría, se encuentra en la práctica y en la coherencia y ecuanimidad en la labor ejemplarizante que debemos tener para con nuestra profesión y vida diaria. Los actos emancipadores están en los ejemplos de lucha que llevemos a nuestras aulas, la labor de estar informados y tomar posición. Bien decía Paulo Freire que “En nombre del respeto a que debo a los alumnos no tengo por qué callarme, por qué ocultar mi opción política y asumir una neutralidad que no existe[3]. El primer paso que tenemos que dar, es no sentirnos neutrales, como transmisores de conocimiento objetivo, cuando el mismo acto de enseñar ya tiene una funcionalidad. No debemos creer que tomar posición es adoctrinar si desarrollamos capacidad de discernimiento en el estudiantado, acto primordial si nos vemos como educadores progresistas.
Como bien lo dice el título de este ensayo, la Pedagogía Crítica significa una solución para combatir rebeldemente, pero con rigurosidad metódica y desarrollo de la curiosidad epistemológica. Cuando se empieza a estudiar este enfoque revolucionario, de la mano de autores como Giroux, McLaren o Freire, no se puede perder de vista que no hay recetas mágicas ni especifidades concretas para la transformación desde el aula con puntos claros y concisos, sino que la Pedagogía Crítica ofrece esperanza y inacabamiento del ser humano. Primeramente, la solución está en la adhesión política y la sensibilización con los más necesitados y la clase obrera, pues la Pedagogía Critica no huye a su afiliación con la izquierda en el espectro político y, aunque no tenga métodos y un paradigma de construcción de conocimiento como el Conductismo y el Constructivismo, tiene un alto grado de formación en temas de política y emancipación del ser humano. Henry Giroux menciona que
“Los educadores progresistas en todo el mundo tienen que enfrentarse al desafío de unir cultura y política, para hacer que lo pedagógico sea más político uniendo el aprendizaje, en su sentido más amplio, a la misma naturaleza del cambio social. Esto sugiere un rehacer de las relaciones entre cultura, pedagogía y política.”[4]
En conclusión, vivimos tiempos difíciles para los soñadores. La práctica docente no puede mercantilizarse y para eso, debemos unir fuerzas para combatir con sentido rebelde y con mucha esperanza los embates de la política regresiva que se avecina. Solo la unión y la masificación de los conscientes podrá despertar a los ciudadanos que llenan de odio visceral las urnas de votación y su actuar para con los otros. No hay que dejar ganar al odio y a un sistema que destruirá el planeta y todos siendo coparticipes de la irracionalidad. Aunque la solución general sea desconocida, en el aula, las buenas prácticas están en convertirse en profesores que comulguemos con la Pedagogía Critica y ser agente de cambio, con posición clara y en pie de lucha en las calles cuando fuese necesario. Si al fin y al cabo, somos nosotros y nosotras los que estamos en constante convivencia con muchachos y muchachas que vivirán el mismo mundo de los profesores y que con formación, se convertirán en progenitores y escultores de los más altos valores que caracterizarán a la humanidad.
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Soy José David Cortés Jiménez estudiante de Enseñanza de los Estudios Sociales y Educación Cívica, Estudiante de Pedagogía en I y II ciclo en la Universidad Nacional, funjo como Regidor Suplente de la Municipalidad de San Rafael.
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[1]Jurgo Torres. Educación en tiempos de neoliberalismo.(España: Ediciones Morata, 2001), p. 15.
[2]Ibíd., 70.
[3]Paulo Freire. Pedagogía de la autonomía. (España: Siglo XXI, 1977), p.69.
[4]Muñoz, F. I., Bartolomé, L. I., Sacristán, J. G., Macedo, D., Giménez, I. T., Rigal, L., ... & Giroux, H. A. La educación en el siglo XXI: los retos del futuro inmediato (España: Graó. Vol. 136, 1999.) p.57.